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You can't control the things that happen to you but you can control the way you feel about them.

Carta abierta a Amparo Grisales por Florence Thomas.

Conocí la existencia de este artículo de opinión hoy en clase de Castellano y es algo que vale la pena leer. Para quienes no lo saben, Amaparo Grisales es una ¿actriz y modelo? colombiana cuyo reconocimiento en realidad reside en que la mujer combate la vejez y a sus ¿50 años? aparenta muchos menos (se momifica, si me preguntan.) Y Florence Thomas en una psicóloga y escritora nacida en Francia que apoya el feminismo y demás entidades en pro de la mujer.

Amparo: hace poco estuve viendo el lanzamiento de la campaña de tu nuevo producto de belleza para conservar la juventud. Estás muy linda, como siempre. Claro, a mis 68 años me pregunté: ¿para qué la eterna juventud? Y luego me di cuenta de que me preguntaría lo mismo si tuviera 40 o 50 años. ¿Qué haría yo con una eterna juventud? Prefiero mil veces mis arrugas, mi piel no tan firme, mis gorditos en la cintura, mis amigas que envejecen conmigo y mis amigos que siguen creyendo que nosotras las mujeres somos las únicas que envejecemos.

Prefiero un cuerpo que esté en armonía con discursos que reflejan experiencias vitales, porque estoy convencida de que es importante la coherencia entre cuerpo y discurso, entre rostro marcado por la vida y por los amores y desamores que dejan huellas inscritas en la memoria. Y me gusta tener, ya desde hace algunos años, el cuerpo y la cara que merezco, este cuerpo en los albores de la vejez que merece mi recorrido vital. Y creo que ningún «revertex», ningún gen o elíxir de la longevidad, ningún polifenol, podrá cambiar esto. Claro, están los cansancios de las noches después de un día lleno de trabajo y de los encuentros con mujeres diversas de este complejo y multifacético país, encuentros en los que son las palabras las que cuentan y no la imagen corporal.

Entiendo que para ti, Amparo, tu cuerpo, como una de tus principales herramientas de trabajo, haya sido y siga siendo importante. Sin embargo, te quiero decir que cuando pienso en ti, lo que me viene a la mente son tus capacidades actorales e histriónicas que hemos visto en decenas de series y películas. Por supuesto, también recuerdo tu belleza, pero no esa que hoy quieres vendernos.

Amparo, creo sinceramente que no has medido el daño que generan para las mujeres colombianas comunes y corrientes todos estos comerciales y photoshops de figuras femeninas de medidas perfectas. Me pregunto por qué seguir alimentando imaginarios que quisiéramos derrumbar, imaginarios que, en lugar de hacernos sentir bien con nosotras mismas, nos obligan a estar atentas a la secular mirada masculina y a depender del saber y del deseo del otro fijado en casi todas las expresiones de la cultura.

Mi cuerpo me pertenece, y cuando digo que me pertenece significa que lo he expropiado a la cultura. Y te cuento una cosa, Amparo: a mí y a muchas de mis amigas no nos gustaría vivir en un mundo lleno de rostros fijados en una falsa y tramposa eterna juventud. Rostros sin expresiones, muslos y nalgas sin historias. Y cada vez más, feministas o no, hemos aprendido a aceptar, asimilar y asumir nuestra edad, nuestros años y las huellas de ellos, estas huellas biográficas que nos permiten leer o adivinar la riqueza de una vida llena.

Afortunadamente, conozco algunos hombres con imaginación que aprecian nuestros años y sus huellas, que prefieren estar en compañía de mujeres cuyos muslos no son tan firmes, cuya piel ya con manchitas y bastantes surcos en la esquina de su mirada, tienen un mundo para contarles y no juegan a parecer lo que ya no son.

Y no lo digo por ti, Amparo, quien muy seguramente también tienes un mundo para contar, un mundo que hubieras podido contar igualmente con un cuerpo no tan trabajado ni tan entregado a los modelos culturales que nos exigen seguir siendo moldeadas, preformateadas e hipotecadas en un esquema que no hace sino manipular de manera perversa nuestras relaciones con los hombres.

Amparo, no compraré tu elíxir de eterna juventud, porque amo mis años, sus huellas, sus enseñanzas y hace tiempo que ya no les temo a los espejos.

Free your mind.

Aunque el título pueda sugerirlo, este escrito dista mucho de ser una invitación abierta al consumo de marihuana; es más bien una invitación a que piense. Suena un tanto ridículo, lo sé, pues su cerebro constantemente relaciona ideas en su mente que le permiten ejecutar diversos procesos ya pertenecientes a su rutina diaria, sin embargo mi verdadera intención es instigarlo a que tenga el valor de arrancar su pensamiento de aquella (lastimosamente) poderosa masa de mentes que se ha encargado de reunir el Capitalismo para alimentar las entrañas de sus cimientos y asegurarse de que su éxito se mantenga con vida.

El Capitalismo, además de ser un fenómeno económico, se ha convertido en una forma de vivir y pensar, una forma de ver el mundo. Una que promueve el consumo desprovisto de sentido y una producción basada en relaciones de explotación y desigualdad que se mofa con la ignorancia de su pueblo esclavo; su finalidad reside en la constante adquisición de bienes que incluso no necesitamos pero que sin embargo debemos obtener, desconocemos el por qué, ¿pero qué soy yo sin aquel objeto?

Y allí reside el problema.

Este sistema nos ha vendido un ideal de felicidad que se alcanza por medio de la continua adquisición de bienes y que ignora los verdaderos detalles que hacen florecer una sonrisa satisfecha y no un inconformismo económico. Que nos vuelve ciegos ante la alegría de apaciguar los quehaceres de la vida, como los placeres, el arte, las experiencias, el gusto, etc.

No obstante, con esto no busco que mañana empiece una abrupta revolución, ni que su discurso diario se vea tergiversado en quejas contra su entorno ni mucho menos. No, simplemente le pido que despierte. Que piense. Que deje de obedecer. Que no se convierta en un esclavo de los medios. Que se dé la oportunidad de aspirar a futuras realidades y no a difusas utopías. Que se eduque. Que vaya más allá. Que viva. Que sea libre.

¡Aprovechemos que soñar todavía es gratis!

 

What do you mean with Real Women?

Hoy estaba en el bus tranquilamente y en algún momento el conductor decidió detenerse frente a un enorme cartel de una modelo del país vistiendo un largo vestido rojo y promocionando una base para la piel, no recuerdo muy bien pero el eslogan iba dirigido de una ‘Mujer Real, para Mujeres Reales.’

Yo me pregunto, ¿qué demonios es una mujer real y quién decidió que así sería? Usualmente estas (creo) son encasilladas como la mujer de bonita sonrisa, curvas (¡no las olviden!), que sabe cocinar con tenebrosa habilidad, es partidaria del uso de faldas y demás. La cuestión está en que no todas las mujeres son así, incluso aquella actriz, aquella modelo de la última revista que compraste, dista bastante de ser encasillada en un prototipo como ese. Porque las mujeres maldicen, tienen una sazón tóxica (como yo), odian las faldas, no son demasiado delicadas para expresarse, aman el fútbol, entre otras miles de cosas, pero ¿adivinen qué? El hecho de ser diferente de aquel otro concepto tampoco las encasilla como ‘reales’. La semana pasada vi en Tumblr un post en inglés que básicamente decía algo como: ‘No soy como todas las demás chicas, a mí me gusta maldecir;’ y esa misma frase había sido rebloggeada por alrededor de cinco mil mujeres, es decir, cinco mil mujeres declaran que son diferentes, pero espera, ¿eso no las hace similares?

Con esto tampoco quiero ser tildada de víctima, porque este extraño fenómeno también ocurre con los hombres, es especial si sabe cocinar, resulta más deseable si tiene más músculos, etc; por lo cual la cuestión trabaja de ambas partes.

Considero todo esto como un mito, lo que una masa espera de un sexo determinado. Tal vez, he podido notar, se centra en una manera más física, corporal, que incluso psicológica; ¡aquello que llaman ser una Mujer Real específica no existe!

La delgada vecina que usa faldas cortas y va a la peluquería todas las tardes es tan real como aquella otra que maldice cual si fuera marinero y come más de lo que debería, tan real como a la que le gusta el fútbol y tan real como la que llora viendo películas románticas todo el tiempo. No se debe apelar a una necesidad de crear /y aspirar/ a un ideal que todos nos hemos encargado de construir, al que nosotros mismos nos arrastramos y del cual después nos quejamos de ser esclavos.

Pues finalmente, ¿de qué sirve depender de un prototipo de imagen que los demás esperan si al único que se debe satisfacer es a uno mismo?